sábado, 27 de marzo de 2010

HACIENDO MEMORIA

OCHO DÉCADAS DE LLENAR EL VASO DE LUZ

Abril 2 de 2009

En todas las familias existen leyendas, mitos e historias que se construyen a partir, no sólo de hechos sino, de la tradición de contar las propias historias. Como esta tradición, en la mayoría de los casos, es oral, resulta natural que los cuentos cambien un poco de generación en generación, pero la esencia es la misma. La línea de la vida está formada por fracciones de tiempo, por instantes que se suman como gotas de agua llenando el vaso. Hoy papá suma ocho décadas de llenar el vaso. Todo empezó (lo dice claramente el abuelo Carlos en sus memorias) gracias a una cuna de madera que tuvo a bien salvar al bebé, que entonces era mi abuelo, del rompimiento de una presa que se alimentaba del río Guadalupe en San Antonio, Texas. Este hecho marca a la familia de manera particular. Coloca a mi abuelo en un lugar privilegiado entre sus descendientes. La cabeza de la familia se cubre con el manto de Moises. Y es obvio decir, pero necesario, que de no haber sido por la supervivencia de papá Carlos no estaríamos hoy aquí celebrando el cumpleaños de papá. Resulta muy difícil hablar de mi padre y no hablar de los que le antecedieron.

Papá heredó su nombre del tío Generoso, un tío que apoyó a mi abuelo para seguir sus estudios. Generoso Mario nació en Monterrey en la casa de la calle Puebla Nte. 155 (ahora Emilio Carranza) en 1929. El mundo atravesaba una crisis mundial y en México gobernaba Portes Gil. El Monterrey de entonces era una ciudad pujante a pesar de su fuerte herencia conservadora. Papá creció con ese espíritu de lucha que desprendió Monterrey durante la primera mitad del siglo XX. La ciudad del acero, de la cervecería, de la vidriera. El talante de los hombres y mujeres regiomontanos y la geografía de la ciudad, han sido fundamentales en la forma de ver la vida de mi padre. Podríamos decir que él lleva la ciudad por dentro y que no vacila en hacerlo notar.

Es el sexto de siete hijos que tuvieron mamá Cuca y papá Carlos. Seis hombres y una mujer formaban la banda de los Cantú González: Carlos, Miguel, Jaime, Rolando, Josefina, Generoso y Renato. Pero, como dije antes, las historias se construyen de fragmentos incluso de aquellos que ocurrienron en tiempos en los que no habíamos nacido.

Digamos, por ejemplo, que de su infancia papá cuenta, que iba al cine y con un tostón veía dos películas y se comía tantos chocolates que enfermaba del estómago. Cuenta el cómo lo defendió Jaime de más de una riña en la escuela o en la cuadra. Recuerda que con sus hermanos y vecinos jugaban béisbol en la calles de la ciudad como si fueran los dueños. Frecuentemente también habla de sus clases de francés en la escuela primaria y repite una frase: “La mare de Reneé visitará le paronamá”, y lo dice cada vez con un ligero suspiro. Cuenta también de sus exigencias culinarias con mamá Cuca: “ni tanto pollo ni tanto arroz, mamá, sólo lo suficiente.” Platica de las tantas aventuras que vivió con Renato, su hermano menor, de quien era cómplice de juegos y dislates.

Estos anécdotas que cuenta papá se fusionan con mis propios recuerdos. Ir a la casa de la calle Washington y ser testigo, observador cauteloso, de una cofradía que se reunía alrededor de mis abuelos en la sala de la casa. Los hombres y algunas mujeres reunidos todos discutiendo de cualquier cantidad de cosas. Los tonos de las voces subían y bajaban, formaban un animado y apasionado grupo dominical. Formaban un círculo al que quizá de mayores podríamos acceder; por entonces mis hermanos y yo éramos niños y teníamos la tarea, junto con algunos de nuestros primos, de explorar la planta baja en donde estaba el antiguo laboratorio del abuelo. De aquellas reuniones recuerdo también el pan dulce en aquella vasija color rosa como un tesoro al que queríamos llegar. Los regalos que nos hacía el tío Miguel, el único hermano soltero. El humo del cigarro de tío Carlos, el mayor de mis tíos y un retrato de mi tía Josefina. Era un dulce retrato donde salía vestida de princesa, pensaba yo, con un vestido color pastel en sus tiernos 15 años.

Papá se dedicó a consolidar sus negocios hasta bien entrados los 37. Su hermano menor, Renato, ya se había casado. Y su mamá no perdía la esperanza de que llegara alguna candidata para acompañar a su querido Gene. Para gusto de todos apareció Ramona en su vida. Una chica bella, aunque un poco delgada y bastante joven, decía mamá Cuca. La hija primera de Otto y Ramona. En realidad, y esto nos lo dijo mamá y no papá, él nunca le pidió que si quería ser su novia. Sucedió que Gene simplemente asumió que eran novios y le tomó la mano un día de verano. Mi madre, como chica decente de la década de los sesenta, consideró necesario aclarar la situación. Así que enfrentó a papá con la cuestión. Entonces la pareja decidió poner una fecha de iniciación del noviazgo. Papá bromea que el día de su boda, las Westendarp (Malena, Martha y Teresa) lo tenían amagado para que no escapara de la iglesia pero la realidad es que la novia era un verdadero encanto y además era versada en variadas artes y él también estaba enamorado. Mamá es de una pieza, tiene una gran capacidad creativa y del orden, es consoladora y ha salido del paso de tantas cosas con buen humor. Creo que la energía de ambos hace intersección en un punto que les permite seguir adelante juntos creando cosas nuevas.

Papá admira mucho a la gente con capacidad intelectual. Le da gran valor al estudio y a la lectura. ¿Y cómo no, si su padre era un amante de la historia y de la medicina, de la geografía y de la poesía? Era también un coleccionista de libros. Papá, a su vez, ha dedicado gran parte de su vida a la lectura. Lee apasionadamente alguna crónica de la fundación de la ciudad de Monterrey, algún libro de Jorge Edwards, algún intercambio epistolar o un tratado de antropología o de sociología. Uno de sus pasatiempos favoritos es precisamente conversar, de este mundo de los libros, con una gran variedad de interlocutores. Frecuentemente lo vemos prestando libros y leyendo libros prestados. Digamos que papá es un gran conversador y tiene la rara capacidad de actualizar sus puntos de vista a la par de un mundo cambiante que lo rodea. Para aderezar sus días se pone al tanto de los acontecimientos leyendo la prensa y viendo el noticiario nocturno para luego, claro, poder criticar al conductor con sus amigos del café, especialmente con su hermano Rolando, con quien comparte estas cruciales diligencias a diario.

Si ya decía que papá lleva la ciudad por dentro, también es cierto que lleva a sus amigos. Es frecuente que papá mencione a los “muchachos”, sus amigos de la escuela y a los del café. También platica anécdotas que vivió en sus viajes de cacería o en las fiestas de fin de año con sus amigos del club. Todos los viernes sin falta se encuentran, él y mamá, con sus íntimos amigos a cenar. Amigos que han estado presentes en las buenas y en las malas. Papá es un hombre que sabe quedarse en pie ante los embates de la vida y, asunto difícil, lo sabe hacer con buen humor. Me parece que papá es muy querido porque sabe querer. Y me atrevo a decir que, todos los que estamos aquí presentes, pensamos que papá ha hecho verdaderamente honor a su nombre: es un ser generoso.

Su espíritu de aventura y su sagacidad así como su intuición lo llevaron a tener grandes satisfacciones en el mundo de los negocios. Hay una foto que me resulta muy misteriosa: papá sale de traje blanco caminando por uno de los pasillos de la Central de Autobuses de Monterrey. A su lado aparece el gobernador de entonces(1969) Eduardo Elizondo y algunos otros hombres vestidos de traje oscuro. Papá explica que la foto da cuenta del recorrido que dieron en la inauguración de la central. Él, junto con algunos otros empresarios transportistas, tuvo una participación importante en la fundación de ese puerto de partida a tantos destinos. Con frecuencia habla de los camiones azules y amarillos, de las rutas que recorrían el centro y algunos otras que salían de la ciudad. Papá también incursionó en bienes raíces, en la construcción, en el comercio y con mucho entusiasmo en la ganadería. Todavía puedo escuchar la conversación que tenía con el encargado del rancho, cada mañana, desde su casa de Bosques Nórdicos (no perdonaba domingo ni día festivo): “–44, 44, adelante 44, aquí Nórdicos, adelante— Entonces se oía mucha interferencia pero con suerte contestaba el ranchero. Mamá siempre le bromeaba que su voz era tan fuerte que con sus gritos no era necesario ningún radio. Hoy el problema está resuelto gracias a los celulares y a que mi hermano se ha hecho cargo de esos asuntos.

El tiempo ha pasado y ahora las reuniones familiares se dan cita en la casa de Vía Settembre. Me parece que hemos hecho nuestra propia cofradía sabatina. Papá conversa con Héctor de política, mamá, mis hermanos, Gaby y yo discutimos de religión, de la marginación de los indígenas, de lo que Monis analiza psicoanalíticamente de los fenómenos humanos, del periodismo electrónico que Gene estudia con precisión, o de mi bien querido San Juan de la Cruz. Los niños van y vienen a la mesa y dan sus opiniones cuando les interesa algún tema, a ellos les toca explorar los rincones de la casa. Después de comer papá de pronto se levanta y dice que tiene sueño; los demás discutimos un rato más, a veces de manera acalorada, otras con la tranquilidad de un pájaro que visita el jardín.

Papá ha hecho de casa, junto con mi mamá, un campo en donde ocurren variadas aventuras, un lugar para esgrimir las espadas o un rincón cálido para dormir una siesta o llorar un rato. Generoso Mario, mi padre que hoy cumple ochenta años, disfruta el momento presente de manera intensa: lo camina, lo piensa, lo come, lo digiere; pero indudablemente trae consigo esos fragmentos del pasado, esas gotas que llenan su vaso de luz y le dan un aire de orgullo y de nostalgia.

Monterrey, N.L. 2 de abril de 2009

1 comentario:

Héctor Cantú Q. dijo...

Hola Gaby, me encontré con un publicado muy viejo tuyo en fb hablando de éste escrito, decidí buscarlo, aunque sea un poco tarde quiero decirte que me encanto, curiosamente hace algún tiempo yo también hice lo mismo con mi padre, no con la misma calidad literaria que la tuya pero si con el mismo amor y respeto por él. Mencionas las memorias del abuelo Carlos, ¿tendrás una copia de ellas???
Me encantaría leerlas.
Muchas felicidades.