jueves, 8 de marzo de 2007

Celebrando a las mujeres talentosas

Anoche asistí a la presentación de un libro escrito por Angélica Abelleyra (periodista cultural DF) "Mujeres insumisas" publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. El libro presenta cuarenta y cinco entrevistas a mujeres sobresalientes en áreas como la literatura, la música, los derechos humanos (Leonora Carrington, Ely Guerra, Margo Glantz, Sabina Berman, etc). Lo menciono porque hoy es EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER y me parece de suma importancia rescatar el trabajo de las mujeres. En la presentación, la autora habló de la importancia de "no confomarse y dar la batalla" para que el lugar de la mujer sea reivindicado.

En el marco de este día, los invito a leer acerca de la poesía de una mexicana, María Baranda (poeta, narradora DF). Este artículo fue publicado en el más reciente número de la revista literaria de la UANL "Armas y letras" en donde, por cierto, también celebran la obra de otra mujer talentosa, la pintora regiomontana Jesica López.

Por Gabriela Cantú Westendarp


El horizonte a trote

Hecho de agua, el discurso poético es la más resistente de las alfombras.
Ósip Mandelstam


Un objeto bello a primera vista y una sólida propuesta es el libro nuevo de María Baranda. “Ficticia”, editado en 2006 por Calumus y CONACULTA presenta la fuerza de la pluma de la también autora de “Dylan y las ballenas” (Premio Aguascalientes 2003). La poeta nos entrega un poema-libro en treinta y tres fracciones. El agua discurre en busca de la memoria, la voz al rescate del tiempo, de su tiempo. De largo aliento, con un tono a veces grave y un ritmo constante se dibujan los versos abriéndonos las puertas.

La poesía debe escapar a las explicaciones, no así necesariamente a las interpretaciones. Como ya se ha dicho, la propuesta del poeta es lanzada para quien tenga que recibirla y es lógico que cada lector haga sus propias conexiones. Bajo esta premisa y desde el lugar de un lector más, diremos que, a través de “Ficticia”, María Baranda nos entrega un mundo en el que se entrelazan, por un lado, los tejidos de los sueños y por el otro, la pérdida y el duelo. La combinación de estos fluye para acercarnos a su naturaleza. El cómo llegó la poeta al “País de exilio”, como le llama en la primera página, quizá no sea tan importante; lo fundamental es que sabe llegar. Sin embargo, con el fin de hacer algunas anotaciones, seguiremos ciertos canales que reconocemos en el texto.

Todo comienza con la luna y un cielo desolado,
un lugar de débiles palabras para abrir
la prosa nativa de los sueños. Rústicos,
frescos álamos, laureles de la India
se alzan ansiosos en esta isla de la memoria. P. 9

El poema abre con un claroscuro. Vemos la luna y la noche. Enseguida nos habla de la dificultad (débiles palabras) de llegar a ese lugar donde las verdades de su universo aguardan. El tercer verso nos deja caer el olor de los álamos y de los laureles de la india, y es su frondosidad la que nos avisa la urgencia por recuperar la historia. Como Dante en el inicio de su “Comedia” la voz nos comparte su angustia, su necesidad de rescatar algo, que acaso sea el rescate de sí misma. Se antoja, pues, tender un lazo entre el “cielo desolado” de Baranda y la “selva oscura” del italiano. Ahí se dispara la voz en busca del exilio, de la isla, imagen que nos servirá de hilo conductor a través de la lectura. Severo Sarduy se pregunta sobre el exilio: ¿no será algo que está en nosotros desde siempre, desde la infancia, como una parte de nuestro ser que permanece oscura y de la que nos alejamos progresivamente, algo que, en nosotros mismos es esa tierra que hay que dejar? ¿Qué podrá ser entonces la isla? ¿El país de los sueños, la tierra prometida, el paraíso perdido, la inocencia, la infancia misma que tarde o temprano nos abandona o abandonamos? ¿No es también la isla el origen del deseo?

Ahora que se apaga la luz como un vestigio
de la primera infancia, una sola fisura
de nuestras vidas, podemos traficar con la invitación
de un pájaro perdido, con ese pensamiento alado
que alguna vez creímos, se había encendido.

Ya nada está en la punta del viento: ni el verbo teñido
de la adolescencia atemperada, tampoco aquella niñez
que la bestia guardo en sus tarros de alcohol y profecía.
Ni esa juventud de príncipes del Edén,
reyes de un paraíso en el agujero que no tiene salida. P.28

El poema parece fluir de lo general a lo particular. Los elementos que convergen en las imágenes, en la mayoría de los casos, rozan un tono épico. Da la sensación que estuviéramos sentados en la punta de una montaña presenciando la obra. Pero la poeta se da la habilidad de romper la solemnidad y hacer acercamientos precisos que nos hacen descender de la montaña.

Bajo la lluvia, tomábamos asiento junto a la calma.
Las ramas se doblaban como en un cuadro de Turner.
Tuvimos que aprender los juegos de un pez
que traficó con el acento “Seño, seño, ¿un peso? P. 22

Entonces el campo
era la fragancia de mis trece años,
la cuneta abierta para las puertas del exilio
y de la gracia. P.23

A lo largo del poema se vive la nostalgia por lo perdido. Algunos personajes se adhieren al tejido del poema; a veces salidos de los libros, otras de una “realidad” pues fungen como testigos, cómplices o culpables; todos al final parten de la ficción del poema. Destaca entre todos estos personajes una sección titulada “Cartas a Robinsón”. Esta compuesta de nueve fracciones que se presentan a propósito de la pérdida.

Fallaste Robinsón. Tu cabeza se convirtió
en un vano espejismo de los desencantos.
No guardaré más tu casa, esa pequeña guarida
donde la lluvia podía destejer el tufo
de los proverbios y las reliquias. P.29

En el rescate de la memoria, la voz recupera también parte de la luz de una tradición literaria. La fuerza de esta tradición se hace evidente en el manejo del lenguaje y la polifonía de sus registros. Sería esto imposible a no ser por disciplina y amor desbordado, a no ser por una digestión que sirva de matiz para las emociones y la intuición de un poeta. A través de la herencia, el abanico de este libro se abre: se hacen presentes, Dante, Gorostiza, Vallejo, Perlongher, Mallarme, Lezama, Perse y otros. Es especialmente bella la fracción V, donde la lluvia o el llanto cae con fuerza; sí, los versos caen como la lluvia, como el tiempo, como la infancia, como los sueños.

Pas-pas-pas
se oyen caer lágrimas del cielo.
El laberinto de un espanto que se perdió
entre los alfabetos de tu lengua.
Pas: aquel disentimiento con los animales
cruzando la frontera.
Pas: los días por venir y los que ya se fueron,
las aguas terminales de un chiquillo
que se asombró en la aurora. P.33

La penúltima parte del libro, “(Ciclo del cielo)”, es la parte más intensa. Su estructura y lenguaje sellan el texto con la seguridad que antecede a un final contundente. Se hace más fuerte la presencia de “La Comedia”. Es también el Cielo, es decir el “Paraíso”, la conclusión del libro. Agrupados en nueve fracciones los textos van enlazándose uno a otro con elementos como el cielo, la luz, la sangre, el silencio, la pérdida, la muerte. Uno de los versos más bellos del libro dice:

El cielo es un caballo
que cruza su horizonte a trote. p.58

Un verso que escapa a cualquier interpretación, pero que nos da una imagen de fugacidad, de algo que escapa, que pasa rápido. Pensamos entonces de nuevo en la infancia, en los sueños, en la pérdida, en la isla, en el Paraíso perdido. Después de leer, el cielo está en mis ojos, el cielo está en mi cuerpo, nos surgen dos afirmaciones: la infancia es el Paraíso perdido, el hombre es por sí mismo una isla. Imposible decidirse por una sola, abrazamos ambas imágenes con las ideas y la tradición que las acompaña.

Pérdida y recuperación, lamento y esperanza. Las imágenes se mezclan, se contrastan, nos sumergen en el paraíso y en el infierno, en el universo todo de “Ficticia”. Brusco es el duelo pero intensa la experiencia, el resultado del tejido que ha sido bordado cuidadosamente y duele.

Queda el tiburón muerto a media playa
como un estigma de la verdad.
El mar, ahora quiere bordar su nombre
en la retacería celeste. Quiere.
Sólo falta el punto sobre la página que hará la tierra.
Y en el puerto arda la palabra
como un suburbio de nuestra vida. Falta. P. 65

Así, María Baranda nos deja con el esqueleto del tiburón. Quizá sea el esqueleto de nuestro tiempo ya ido, de nuestros sueños rotos. Y para cerrar nos recuerda la falta que nos condiciona como humanos, es ahí que también nace la esperanza, pues, ¿no es acaso en la falta donde surge el deseo?

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