lunes, 7 de enero de 2008

LA ADORACIÓN A LOS POETAS


De cómo valoran los ingleses a sus poetas


La malvada Madame Defarge, la dulce Lucie, el aristócrata Charles Evrémonde, el resucitado Dr. Manette, el hombre de negocios Mr. Lorry, la mujer gruesa Miss. Pross y el héroe Sydney Carton, todos ellos me acompañaron a lo largo de una semana de viaje por la capital británica. Cuando se visita una ciudad me parece importante leer o releer, por lo menos, algún autor nacido en esa tierra justo antes de partir o incluso durante el viaje. Yo escogí a Dickens. Esa brillante historia tejida entre dos ciudades: Paris y Londres (A tale of two cities). La parte más intensa de la novela ocurre en Paris durante el periodo inmediato al movimiento de revolución y en un constante rodar de cabezas gracias al Peluquero Republicano también conocido como Madame Guillotine. Gran parte de lo que ocurre en Londres tiene por escenario el barrio de Soho. En ese tiempo (1775), claro está, Soho no era el ruidoso y comercial complejo que es hoy. Se describe un tranquilo barrio en donde viven el Dr. Manette, vuelto a la vida después de 20 años de cautiverio en La Bastilla, y su recién recuperada hija, Lucie.


No entraré en análisis literarios acerca de la novela de Dickens. Lo que quiero resaltar ahora es el valor que un pueblo le da a sus escritores. Sobra decir que Inglaterra ha dado una serie de valiosísimos escritores, pero lo mismo podríamos decir de otros países, incluso de México. Pero ¿cómo honran los miembros de una comunidad a sus pilares literarios?


En mi visita incluí la Abadía de Westminster, una hermosa e imponente construcción gótica que comenzó a edificarse en el año de 1245 por orden del rey Enrique III. Este lugar es el corazón de la iglesia anglicana y es donde se coronan a los herederos de la máxima silla del reino. En su interior hay varias capillas de belleza extraordinaria y decoradas lujosamente, hay también altares, criptas y mausoleos en honor a santos y a reyes.
El lugar estaba asestado de visitantes de todas partes del mundo y el paso dentro era muy lento. Había leído algunos datos de la Abadía, entre otras cosas, que es una de las iglesias más importantes del mundo y que en su arquitectura hay una fuerte influencia francesa; pero el lugar me tenía una hermosa sorpresa: the Poets Corner (la esquina de los poetas). Ubicado en el sur de la Abadía, junto a la capilla de la Santa Fé, los ingleses rinden culto a los grandes poetas de la lengua inglesa. Los restos de Goeffrey Chaucer (The Cantenbury Tales) y algunos otros escritores descansan rodeados de pinturas del siglo XIII enmarcadas en oro. Además hay monumentos en memoria de Shakespeare, Dickens, Jane Austen, George Eliot, las hermanas Brontë, Lewis Carol, Robert Graves, T.S. Eliot, Lord Byron, Edmund Spencer, Robert Browning, Lord Tennyson, Dylan Thomas, Auden y otros más.

Desconozco si existe un altar parecido en otra parte del mundo. Me parece maravilloso que se valore la obra de estos escritores como para edificar una capilla. No sé de quién fue la idea primera y estoy segura que no todos los visitantes o feligreses (ingleses o extranjeros) entienden el significado y la trascendencia, pero me parece que es una muestra de una nación orgullosa de sus hombres y mujeres de letras. Un reconocimiento a las aportaciones que cada escritor ha hecho al crecimiento de un pueblo, a su historia, sus ideas, el arte y el alma de sus habitantes.


Ese día traté de memorizar cada detalle pues no es permitido tomar fotografías. Ahora pienso que una sola imagen me trae toda la idea a la cabeza y me afecta el corazón.


De cómo las grandes obras son escritas en la soledad


Unos días después visité la Casa-Museo de Charles Dickens que está ubicado en Bloomsbury. Es una casa típica inglesa, sencilla, de ladrillo, de dos plantas. Dickens vivió ahí un período corto pero muy productivo. Todo está dispuesto para la visita de los lectores, admiradores, viajeros o curiosos. Hay que reconocer que los ingleses saben explotar lo inglés para el turismo. Hay una serie de fotografías y retratos del autor y sus familiares. También se pueden leer algunas cartas y ver las primeras ediciones de algunos de sus libros, así como obras gráficas que se publicaron en esas primeras ediciones. Hay una sala montada exactamente como la portada primera del “Cuento de Navidad”, probablemente la obra más popular de Dickens. El cuarto que más me gustó fue su estudio. Un pequeño cuarto que cuenta con un escritorio donde, imagino, pasó horas y horas escribiendo. Hay también, junto a una chimenea, una silla ancha y forrada de color verde oscuro en donde se sentó muchas tardes a leer, y un librero.


Al salir del lugar pensé en cómo las grandes obras nacen lejos de los altares y los recubrimientos de oro. Nacen en la quietud de cualquier cuarto, cuando en soledad el autor se enfrenta con sus ideas y sus emociones.

Las grandes obras no requieren de altares y los grandes escritores no los necesitan, somos el pueblo los necesitados. Necesitamos de esas obras para sostenernos y a esos autores para encontrarnos. Y es a través de la lectura de esas obras que nace el amor y la veneración hacia el autor.

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