sábado, 25 de junio de 2011

El jueves 30 de junio en "ENTRAMADO"

Conducido por Gabriela Cantú y Víctor Barrera, a las 4 de la tarde en la 1510 de am, tendremos en vivo a Dulce María González (Monterrey, NL).
Estamos también en línea, http://www.radionuevoleon.com.mx/1510.html






Alguna vez fuimos ángeles

Hay un recuerdo de infancias transcurridas en nichos o portones de iglesias. Con los brazos torneados y las piernas teñidas de un blanco irreal, piernas de niño pequeño entrado en carnes, levitábamos en bajorrelieves para hacer marco a los santos. De alguna manera que nadie ha logrado ubicar, quizá se trataba de un talento innato, sabíamos la música de las flautas que tocábamos con desgano. Entonces eran las notas divinas, el sonido que por venir del Cielo ningún mortal podía escuchar, en cambio todos lo imaginaban como lo hacíamos nosotros, con el mismo deseo de caer al vacío de los templos. Necesidad suicida de abandono.
La túnica era nuestro vestuario. Uno podía sentir cómo bajaba a descansar en los muslos y después seguía su camino de viento: cortina translúcida aleteando sobre las sandalias.
La aureola como presentimiento con su olor a refresco de guanábana, su no sé qué de brisa o playa o selva tropical. La portábamos en medio de un misterio piadoso, con el mismo orgullo que nos llevaba a guardar el arcoiris en la canasta. Nos marchábamos al campo con ese equipaje que nadie sabía y por eso la atmósfera enrarecida del secreto. Así era la presencia de la aureola a nuestra espalda. Sabíamos esa belleza aun sin verla, esa materia divina en forma de cristales diminutos. Luz y reflejo.
En cuanto a las alas, bastaba un deseo para que éstas se extendieran invisibles y de pronto era la plaza inventada, el castillo en la película de Bergman o la mecedora de bejuco de la estancia.
Para el amor las palabras solían ser innecesarias. Recorríamos la noche al amparo de una mirada oscura y urgente. Entonces creer en ella como creíamos en Dios, sabiendo que todo se convertiría en humo al desprender el alba.
Las yemas de nuestros dedos guardaban el registro del mundo desde la época anterior al sol. Las manos se nos convirtieron en nidos y decidimos subir a las cúpulas, desde ahí observábamos las celebraciones sagradas, los oficiantes, espectáculos que habíamos concebido algún sábado mientras los dioses dormían en casa.
Cierta tarde nos sentamos a ver las noticias frente al televisor. Caímos. Esto era la tierra y no era buena y alguien compró el periódico en la mañana para intentar quemarlo. Fue inútil. Ahí estaba el arcángel custodiando los portales.
Ahora queda vagar entre calles que son calles, entre ventanas que abren a la recámara de siempre porque no saben que es posible el mar. Este planeta es un sillón para ver el noticiero, una moneda en la mano para el litro de leche en la tienda de Lupe.
Alguna vez fuimos ubicuos y libres y perfectos. Qué fatiga pensarlo, qué sueño.

No hay comentarios: