lunes, 12 de septiembre de 2011

LA RESOLANA

El brillo ya no es brillo sino resolana. La ciudad nunca se vio tan
desnuda como cuando salimos de aquel edificio. Las casas, los autos,
los muros, incluso los transeúntes de la zona parecían distintos, se
podría decir que todo aquello había sido trastocado. No me quedó
claro si ellos eran los intrusos o si nosotros estábamos fuera de lugar.
Hubo una época en que la ciudad me parecía precisa, iluminada
justamente para sentirme protegida, para sentirme amada en un
lugar tan cálido, tan lleno de frutas y verduras como en el poema
de san Juan. Un espacio que no obstante sus temporadas de sequía
y su contraste de lluvias intensas, me hacía sentir que pertenecía a
un gran plan, a un sitio en el que preparábamos nuevos platillos,
compartíamos sueños y hablábamos de nuestra fortuna. Y no sé si
todo es parte de algún malévolo plan divino o si tomamos la decisión
por cuenta propia. Quizás fuimos dejando en el camino los picos y
las palas, abandonamos las cajitas de semillas en alguna parte, dejamos
la canasta con las provisiones olvidada en un taxi. Quizás el problema
se fue gestando poco a poco pero nosotros sólo nos dimos cuenta
al salir de aquel edificio cuando nos golpeó la resolana.


(Poema de Gabriela Cantú Westendarp)

1 comentario:

Marisol Vera Guerra dijo...

certero y fugaz. Como lo que permanece sin forma en lo profundo del cuerpo.