Fragmento de la crónica: "Caca de perro"
de En la piel equivocada (Almadía, 2013)
(Texto escrito en España mientras el autor cursaba su doctorado).
Madrid sigue en marcha. Hasta hace poco la ciudad estuvo colapsada por una huelga de choferes de camiones urbanos pero en cambio se abrió un nuevo parque tipo Disney pero de la Warner. Lo que sí llama la atención es que, si a principios del siglo pasado uno de los problemas de la urbe madrileña que nacía eran los residuos del intenso tráfico de vehículos tirados por equinos, ahora el asunto está en las cacas de los perros que la gente tiene en una ciudad como Madrid, en la que la forma por excelencia de habitación es el condominio sin los grandes patios o jardines propios para una mascota. Y con eso de que España es el país con la tasa de natalidad más baja del mundo, ya podrá verse entonces, por las calles de la capital española, más gente paseando a perros que a niños. De hecho en estos últimos años se ha desatado una polémica en torno a los perros, tanto por la caca que distribuyen como por la agresividad que les es propia a algunos caninos, como los Bull Terrier. Y es que precisamente estos ejemplares ya han cobrado sus víctimas. Uno de ellos atacó a una pequeña de cuatro años al grado de provocarle la muerte en una situación que obligó a las autoridades municipales a exigir que los propietarios de mascotas lleven a sus animales por la calle atados y con un bozal, aunque son pocos los que obedecen esta normativa.
La caca de perro es así otro de los temas más constantes en los cuadernos de información local de la prensa madrileña. Regularmente aparecen cartas de lectores que denuncian lo sucio de las calles y parques, como uno dejó sabiamente claro en las páginas de Abc: "Los excrementos caninos son un fenómeno impresentable que debería llenar de vergüenza a quienes permiten que sus perros defequen y no recojan su suciedad".
Yo no sé si algún día me provoquen alguna pena estas ligeras líneas que estoy entregando, pero al menos me siento contento con esta empresa de conquistador de proyectos y sueños en el Viejo Continente, gastando suelas en esta capital de los residuos perrunos que a mi hija Teresa y a mí nos hace reír cuando uno de los dos estampa inevitablemente uno de sus zapatos en uno de esos montículos asquerosos:
-Ojos que no ven...¡pies que pisan mierda!
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