jueves, 3 de abril de 2008

Artículo publicado en Proceso

El filo de la playa”Revista: 1637 Fecha: 2008-03-16
Por Miguel Ángel Flores


No es común que un(a) autor(a) en la etapa de consolidación de su proceso poético se atreva a elaborar un poema que llamaremos largo, a falta de mejor clasificación; en el que se mantenga una firme coherencia en su estructura y un dominio en su sistema metafórico; un poema en el que cada palabra encuentra su exacto lugar para potenciar lo que se dice simplemente aludiendo a aquello que se busca mencionar.
Tal es el caso del poema Al filo de la playa, que da título al libro de la poetisa regiomontana Gabriela Cantú Westendarp (gobierno de Jalisco/ Mantis Editores, colección Terredades; Guadalajara, 2007. 59 pp.).
Ya en su primer libro, El efecto (2006), la autora mostraba las cualidades de una voz segura y una habilidad para elaborar el poema, que refrenda en su libro más reciente. En El efecto es notable cómo Gabriela Cantú crea una atmósfera enrarecida en la cual siempre se tiene la sensación de estar en el umbral de un acontecimiento, de un advenimiento en el encuentro y en la ausencia de dos cuerpos, que cuando se resuelve en unidad tiene algo de violencia y, paradójicamente, de ternura.
Al filo de la playa es un solo poema que se resuelve como la metáfora de una excrecencia: la reunión de los cuerpos al fin segrega incertidumbre o extrañeza. Parecería, en los momentos más intensos del poema, que sobre un cuerpo la experiencia va dejando marcas, huellas de una escritura que el lector va descifrando. Otro acierto que hay que señalar es que el texto se construye sobre una aparente sencillez, recurriendo a una narratividad que roza eso que ahora se llama poesía de la experiencia, que ha producido tanta poesía hueca y plana en su expresión, donde ya no existe ese cristal opaco, detrás del que sólo se adivinan sombras. La supuesta claridad de la poesía de la experiencia hace que los adjetivos ya no den vida y que las imágenes y metáforas queden desterradas por un prosaísmo errático.
En Gabriela Cantú hay una experiencia que se trasmuta en poesía al ir construyendo una realidad que se ubica más allá del aparente sentido: “Una lámpara prende, apaga/ me quita las ganas de seguir/ de rondar las esquinas de ese cuarto rosado.// Noche que me entra./ Oscuro cuerpo que no cabe en los límites del ojo.// Busco el momento y pienso: todo luz o todo sombra”. Así abre el poema, que será en algunas de sus partes un reconocimiento de ese oscuro cuerpo que yace al lado mientras en la mesa de noche “el vaso llenándose de silencio”, y se prefiere la vigilia forzada al sueño inducido. Y en ese estado en el que se advierte el encierro de la conciencia poblada de oscuridad, no importa que “aparezcan de nuevo/ los fantasmas/ y como de costumbre/ la noche asome su pesado rostro/ mostrando ambas direcciones”.
Ese lecho donde yace la voz que nombra se va cubriendo de mundo. La intertextualidad, muy bien manejada, dota de un contexto más ambiguo a la acción. A la aparición del agua no se le da un contenido simbólico en sí mismo: es el agua que nos lleva a la muerte por su cercanía, el agua del océano o la que manifiesta en el grifo de la cocina. El agua en el vaso sobre la mesa de noche que se llena de oscuridad y en cuya superficie aparece la imagen del otro.
El erotismo que impregna el poema no es de fuego, es la sombra de un deseo que se consuma con sutileza. La realidad inmediata parece tan aplastante y los referentes se vuelven prosaicos y crudos, pero el talento de la poetisa hace que las dos vías confluyan sin conflictos, en un consistente tono emocional que justifica sin problemas, dentro del recinto opresivo en el que se ha convertido la alcoba, la aparición de esas muchachas al filo de la playa de plenitud y sexualidad. Gabriela Cantú ha escrito un libro de excelente consistencia poética.

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