jueves, 19 de marzo de 2009

SAN JUAN, LA TURBACIÓN AMOROSA


No hay poema que me produzca mayor turbación que el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. ¿De dónde la turbación?, ¿por qué la turbación?, preguntas difíciles de responder. Turbar significa: alterar o interrumpir el estado o curso natural de una cosa. Y en efecto la poesía tiene una fuerza poderosísima que violenta nuestros sentidos y altera nuestro curso. La verdadera poesía es capaz de producir un temblor, un ritmo acelerado, un golpe, un detenimiento del tiempo, una probada de infinito, en suma: una alteración del curso de las cosas. Coincidente es que estos mismos efectos pueden ser provocados en el encuentro amoroso de dos seres enardecidos el uno por el otro. Ahí donde la pasión toca los espíritus y los cuerpos de cada uno de estos seres que aspiran a formar una completud, un sentirse completo, uno solo, un solo cuerpo. Es decir que hay una similitud entre el encuentro con la poesía y el encuentro amoroso. Pero ¿qué hay en la víspera de este encuentro? ¿Cómo se llega al fuego? “Gocémonos Amado” dice la Esposa del Cántico Espiritual una vez que ha hecho la travesía para reencontrarse con el Amado.

Lou Andreas-Salomé[1] asegura que hay una profunda afinidad entre los impulsos eróticos y la creación artística, habla de una relación de sangre. Para hablar de erotismo en el arte, concretamente en la poesía escrita, me parece necesario identificar dos momentos: el primero tiene que ver con el proceso creativo del poeta y el segundo con la lectura de un tercero (el lector). Son dos encuentros pero el segundo sólo será posible si en el primero se logra la pieza. Para provocar en el lector esa alteración del curso de las cosas, el mundo del poeta tuvo que haber sido alterado primero. Y claro tiene que ver con la experiencia del poeta pero también con el amor a la verba, con el placer que provoca el contacto con el cuerpo de la escritura: Amado y Amado. Visto de esta manera el acto creativo del poeta es en sí mismo un acto erótico. Vemos claramente dos cuerpos: el del poeta y el de la letra.
No todos podemos ser poetas pero todos podemos y deseamos amar y ser amados. Qué potencia la de un poema que nos presenta “El encuentro amoroso”, el golpe de luz esperado, deseado, imaginado tantas veces en la víspera. Si el erotismo es un elemento medular en toda gran obra de poesía, qué fuerza la de un poema, que no sólo como raíz sostenedora lo lleva, sino como tema o asunto que nos asalta a cada verso.

Aunque el erotismo en la poesía española se dispara desde la mística a través del Cantar de los cantares (el referente más importante del Cántico espiritual), o mejor dicho de la traducción que hiciera Fray Luis de León del epitalamio bíblico, resulta pertinente traer a colación a Platón. Recordemos que después de todo el fraile agustino (Luis de León) abrevaba con gran naturalidad de los textos profanos. El banquete de Platón me servirá para retomar la idea de completud que mencioné en el primer párrafo. Una completud a la que aspiran los amantes. Y aunque estamos hablando de literatura también estamos hablando de la vida, pensemos en las obras literarias como acontecimientos histórico- emotivos. Con esto me refiero a que en el momento de la lectura el texto se nos presenta como un acontecimiento, algo que nos sucede, ya hablábamos de un encuentro. Y ese texto trae consigo características espacio-temporales y, en muchos casos, emotivas. El tiempo de la escritura y el tiempo de la lectura convergen y entonces el texto se nos abre como una forma de conocimiento de la vida. Pero sigamos, una de las partes más bellas del Banquete, y quizá una de las más conocidas, es el discurso de Aristófanes respecto a los andróginos (seres creados por los dioses mitad hombre mitad mujer). Recordemos que estos seres eran toscos y grandes, de ocho miembros, de forma esférica y de fuerza considerable. Sus características físicas les dieron la idea de subir al cielo y combatir a los dioses. Por esta razón Zeus decidió dividirlos en dos. Quería conservarlos pero al mismo tiempo hacerlos más débiles. Una vez cortados en dos fue Apolo quien les dio forma y curó sus heridas. Los seres ahora divididos (uno hombre, el otro mujer) se la pasaban buscando su otra mitad y cuando se encontraban se abrazaban, nos dice Platón en boca de Aristófanes, se unían deseando entrar en su antigua unicidad, con un ardor tal, que no querían hacer nada la una sin la otra. De Platón tiendo un hilo nuevamente hacia Lou Andreas Salomé quien nos explica ese carácter de complemento que tiene un género respecto al otro. Parafraseo un poco lo que dice la autora: el encuentro de los dos sexos es el encuentro de dos mundos totalmente diferentes que crean un tercer mundo altamente complicado en donde podrán unirse felizmente y apoyarse en todas las facetas de la vida.[2] Ya sea para recuperar algo, ya sea para crear algo nuevo, el ser humano por naturaleza desea encontrar ese alguien que lo identifique único y maravilloso. Los caminos para encontrar ese alguien son tan diversos como las plumas de un pavo real, pero las emociones por las que atraviesa o es atravesado el enamorado son universales. Los detalles, los acantilados, los vericuetos, el cómo se da ese encuentro amoroso y las profundas hendiduras que deja en los amados es presentificado magistralmente por el carmelita Juan de Yepes.

El cántico espiritual es un texto sin parangón en la literatura española y quizá en la literatura en general. Nos muestra la temperatura emocional de los enamorados, la urgencia y el torbellino ardoroso que une y empuja a la complementariedad, los vericuetos que llevan a la unicidad de los amantes.

En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí que antes seguía [3]

Aunque el poema en sí, lo sabemos, fue escrito con el propósito de presentar la experiencia mística del poeta, esa unión entre el Alma y Dios, Esposa y Esposo respectivamente, resulta afortunada la polisemia y turbadora la polivalencia que nos ofrece el texto. De ahí abreva directa o indirectamente la mayor parte de la poesía amorosa (profana) que se ha escrito en español desde entonces.

Como sus antecesores San Juan es influenciado por la época. Elige el español en lugar del latín. Emplea la lira como ingrediente importantísimo, recurre a los cancioneros populares, se influencia de Garcilaso a través de Córdova, adopta el ambiente bucólico de los clásicos grecolatinos. Y como Fray Luis, y también a través de él, toma la Biblia (El cantar de los cantares). Un elemento, sin embargo, que se encuentra en la poesía del carmelita y no en otros, es la literatura mística musulmana (el pensamiento sufí) quizá, apunta López-Baralt,[4] de manera indirecta. Los árabes estacionados en España por ocho siglos impregnaron la lengua y la cultura española, nos dice la puertorriqueña, y resulta entendible que San Juan haya asumido parte de su cultura.

Pero citemos el Cántico, la primera estrofa:

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido[5]

Hay tres elementos que resaltan en esta canción: la voz femenina, la herida y la transformación del Esposo en ciervo. Es de notarse que sin preámbulo, de súbito la Esposa habla, está herida y desesperada por la ausencia del amado. Se sobreentiende que ya hubo un encuentro anteriormente. La Esposa (sin rostro) habla pero recordemos que es San Juan el que le da voz. Ya Fray Luis le había dado voz en español a la esposa en el epitalamio bíblico pero es la primera vez que una voz femenina aparece en un poema escrito originalmente en nuestra lengua. Pienso de nuevo en Andreas-Salomé cuando dice que el artista masculino se acerca más al modo de pensar del género femenino en quien por naturaleza se encuentra esa capacidad creativa. Pienso también en el hecho de que las principales interlocutoras y destinatarias de San Juan son precisamente mujeres. Y es López–Baralt la que señala que esto le da a San Juan cierta independencia y libertad en su proceso creativo.
Hablemos ahora de la herida causada por el Amado, la herida como un dolor del cuerpo y del alma, la herida como un síntoma de la urgencia por el encuentro con el amado, la herida como el corte de los andróginos, la división del cuerpo único de los amantes. Es la herida del amor, la llama que por dentro consume, la realidad de la pérdida temporal, la amenaza de la perdida total. Es la herida el detonante de la búsqueda que comienza la Amada a través de montes y praderas, a través de un mundo que se transforma a cada paso, un mundo amoroso.
Una de las características del Cántico es que ocurren diversas transformaciones o metamorfosis. Esto es cierto tanto para los personajes como para el escenario en donde se explayan. El poeta trabaja con las formas seductoramente, nos las ofrece cargadas de erotismo, de esa sensualidad que atrapa y turba. La primera estrofa nos presenta ese primer cambio o transformación. Mientras que en el primer verso vemos al Amado o, mejor dicho, una especie de estela misteriosa, casi humana casi divina, que deja con su partida; en el tercero ese Amado se nos transforma en un ciervo que huye. El personaje es el mismo, es el que huye, pero su forma sufre una metamorfosis que sorprende al lector. La idea de la huida y del ciervo se trasmina a San Juan directamente del Cantar de los cantares. En el capítulo VIII, versículo catorce la Esposa dice: “Huye, amado mío, y se semejante a la cabra montesa y a los ciervecicos de los montes de los olores.” Notemos cómo en el Cantar la esposa le dice al esposo que huya, mientras que en el Cántico Espiritual la esposa sufre ya de esa huída. Esto último es de suma importancia si tomamos en cuenta que el versículo mencionado es el que le da cierre al epitalamio. San Juan parte de ese final para comenzar su gran poema. Entonces podemos entender que ese encuentro amoroso que se intuye en la primera canción del carmelita es el ocurrido en el Cantar de los Cantares.

Tomemos ahora una estrofa en la que habla el Amado:

Vuélvete, paloma
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma,
al aire de tu vuelo y fresco aroma [6]

Ahora la Esposa es la que se transforma en paloma. Luce López-Baralt hace una deconstrucción maravillosa de este elemento. Además de hacer la relación con el Cantar: “¡Ay cuán hermosa, amiga mía eres tú, y cuán hermosa! Tus ojos de paloma”, teje las relaciones con la lengua árabe y el Islam, es decir con oriente; pero no se olvida de occidente al subrayar que a la paloma, desde tiempos antiguos pasando por la edad media, en nuestra cultura se le atribuyeron propiedades erótico-mágicas. Tomemos en cuenta que esta estrofa en la que habla el Esposo es la número doce, la Esposa ha transitado ya por un mundo transformante. Se ha encontrado con pastores y criaturas, con montes y prados en los que se refleja el Amado. El escenario erotizado, la atmósfera amorosa, le afectan hondamente a la Amada pues todo le recuerda a su querido “ciervo huido”. De hecho las siguientes dos canciones, después de esta, son de la Esposa y en ellas el Amado es ya el escenario, es el espacio todo, no sólo su reflejo o su recuerdo.

Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemerosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.

La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.[7]

Estas estrofas son verdadero golpe, son la turbación en su máximo esplendor. Y es que el Amado se ha vuelto todo, El todo. Nada mayor que el infinito, lo que no tiene límites. Este concepto rebasa nuestra forma humana de traducir e interpretar el mundo. Y es aquí donde ocurre una brecha entre lo humano y lo divino, lo explicable y el misterio. Es ahí donde sentimos el vértigo. Estamos ante lo desconocido.
Cabe hablar aquí de la idealización del ser amado. El enamorado ve al elegido a través de un filtro especial lleno de mar, de montañas y de estrellas. Y esto permite hacer volar la imaginación del poeta y posibilita el hallazgo con la lengua. Pero tomemos en cuenta dos particularidades del amor entre humanos: en el encuentro amoroso es posible aterrizar el deseo, o lo que es lo mismo, adecuar la idealización a la realidad; y por otro lado está latente una posible separación. En cambio en el amor divino, aunque el Amado siempre está presente, no se le puede ver ni tocar y por lo tanto no es necesario adecuar el ideal. Además siempre existe la promesa del encuentro y es por esto último que, cuando se refiere a la obra de san Juan, Cristóbal Cuevas habla de un logos profético: predice el encuentro. Hay pues grandes características afines entre estos dos tipos de amor (profano y sagrado, humano y divino) pero hay también una distancia marcada por el lugar donde es colocado el objeto de deseo.

A partir de la penúltima intervención del Esposo, ocurre el encuentro amoroso: “Entrádose ha la Esposa/ en el ameno huerto deseado”. A cada canción vamos acercándonos cada vez más al epicentro, a la cúspide amorosa. Vemos el manzano, la palomica que en soledad es guiada por la ínsula extraña, por la verdes praderas, entramos con ella a la espesura del bosque, al gozo de la noche serena, oímos el canto de la filomena y el calor de la llama que consume por dentro a los amantes.

El santo nos maravilla con las transformaciones del amado: Ciervo, Montaña, Río, Valle, Ínsula, Aire, Bodega, Huerto. Nos colma con los escenarios oscuros y luminosos, con el desfile de leones, de gamos, de aves ligeras. Nos seduce con el movimiento y el deseo de una Esposa que se convierte en llama y con el amor incondicional de su Amado. Nos envuelve en una atmósfera amorosa. Nos agita con la música callada. Nos lleva por el camino hacia el fuego, hacia la unicidad de los amantes y luego como si no fuera suficiente nos sorprende con este final:

Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
Y el cerco sosegaba,
Y la caballería
A vista de las aguas descendía. [8]

El cuerpo de los amantes es incorruptible, ni el demonio se atreve a acercarse. Y nosotros los lectores quedamos turbados por esta imagen, y enseguida vemos a la caballería fantasmal que se aleja.



Bibliografía

Andreas-Salomé, Lou (2003) El erotismo. Barcelona: El barquero
Barthes, Roland (2004) Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo XXI
Burke, Peter (1999) El Renacimiento. Barcelona: Crítica
De la Cruz, Juan (1998) Obras completas. México: Porrúa
Fernández ,Sergio (1996) Figuras españolas del Renacimiento y el Barroco. México:
UNAM.
López-Baralt, Luce (1998) Asedios a lo indecible. Puerto Rico: Ed. Trotta
Platón(2006) El banquete. Madrid: Mestas Ediciones












[1] Andreas-Salomé, Lou (2003) El erotismo, Barcelona: El barquero.
[2] Andreas-Salomé, Lou (2003) El erotismo, Barcelona: El Barquero. p. 116.
[3] De la Cruz Juan (1998) Obras completas. México: Editorial Porrúa. P. 429
[4] López-Baralt, Luce (1998) Asedios a lo indecible. Puerto Rico: Editorial Trotta
[5] De la Cruz Juan (1998) Obras completas. México: Editorial Porrúa. P. 430.

[6] De la Cruz Juan (1998) Obras completas. México: Editorial Porrúa. P. 431

[7] De la Cruz Juan (1998) Obras completas. México: Editorial Porrúa. P. 431

[8] De la Cruz Juan (1998) Obras completas. México: Editorial Porrúa. P. 432

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