lunes, 16 de febrero de 2009

LOS AFECTOS DE FRAY LUIS DE LEÓN

De acuerdo a los expertos en la salud la alimentación es clave para el desarrollo del ser humano. Los avances médicos le apuestan a un programa profiláctico antes que a un tratamiento reparador. En ese programa como punto medular siempre se incluye una dieta balanceada que abarca toda la gama de alimentos de la pirámide nutricional. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el tema (la amistad) que nos avoca en este trabajo? Me explico. Pensemos en ese otro tipo de alimento del que se nutre el ser humano, un tipo de alimento que no se puede tocar pero se siente, uno que tiene que ver con esas formas, de diversos materiales, que se construyen en lo rincones de por aquí y de por allá y se instalan más o menos cerca de las entrañas o del corazón. Ese alimento es el amor en sus diferentes manifestaciones. Entre más amor más alimento. Pero la vida ocurre sin aviso y el espíritu humano aprehende de los días lo que le es posible así que hablar de una dieta balanceada de amor y de amistad parece imposible. Los vasos se llenan irremediablemente y el contenido de ellos define en dónde se colocan nuestros afectos. Pero es indudable que la amistad (entiéndase una manifestación del amor), en cualquiera de sus formas, es un alimento vital, una clave para la persona. Digamos, que si no una dieta balanceada, la amistad es una fuente de energía poderosísima y, porque no decirlo, profiláctica y al mismo tiempo reparadora ante los embates de la vida.

El escritor, un bicho raro pero incluido en este fenómeno que se da ante los afectos. Su obra una radiografía de su vida y por lo mismo un mapa de sus afectos. El mapa, por supuesto, es más claro en algunos autores que en otros. Aquí el caso de fray Luis de León uno de los más brillantes escritores del Renacimiento español. El moje agustino dedica cada uno de sus textos a las personas en quienes a depositado sus afectos. En fray Luis es necesario hablar de las amistades literarias. Es claro que él escribía para sus amigos, recordemos que ni siquiera buscaba la publicación de su obra. Es claro también que sus amigos eran personas que podían leer y entender su trabajo. Estaba rodeado de colegas con quienes compartía discusiones de temas teológicos, filosóficos y literarios. Entre sus más amigos, su protector Pedro Portocarrero, el músico Francisco Salinas y Juan de Grial quien fuera encarcelado al mismo tiempo que fray Luis; a todos ellos les dedica poemas. Víctor Barrera Enderle en su libro, Amistades literarias[1], puntualiza que en estos casos se debe hablar de coincidencia, complicidad y trascendencia. Y es que con los amigos se crecen jardines, se cruzan las aguas, se fabrican ungüentos. Aprender y compartir los conocimientos, plasmarlos para dejar una huella, un testimonio tanto de la sabiduría como de la complicidad.
De las veintitrés poesías originales de fray Luis me gustaría comentar la que le dedica a su amigo músico Francisco Salinas. Una oda que ha merecido mucha atención por parte de sus críticos y que a mi parecer es la más bella de todas, al menos la que más me ha conmovido.

V

A Francisco Salinas

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabía mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro deconoce
que el vulgo vil adora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye ahí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Y como está compuesta
de números concordes,
luego envía consonante respuesta,
y entre ambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente,
en él ansí se anega
que ningún accidente
extraño y peregrino oye y siente.
¡Oh desmayo dichoso
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituído
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh! Suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a los demás adormecidos.

La poesía de fray Luis de León, nos lo recuerda Dámaso Alonso[2], nace de una profunda reflexión. No se trata solamente de un asceta, sino de un complejísimo modo de procesar el conocimiento, las emociones, las creencias, las formas y la música. T.S Eliot nos habla de una presión que provoca la fusión de todos estos elementos. La lira resulta una forma que favorece la poesía de un poeta como fray Luis que busca el equilibrio, la armonía y la perfección. Esta forma, esta presión, a diferencia de la canción petrarquista (de nuevo pienso en Dámaso Alonso) que entonces estaba de moda, obliga al poeta a ajustar la emoción, obliga a la mesura. A pesar de que es Garcilaso de la Vega quien inaugura el uso de la lira y quien además la bautiza, es el monje agustino quien la perfecciona. Así tenemos esta pieza de exquisita belleza que dedicada a su muy querido amigo, Francisco Salinas, un organista y catedrático de música en la Universidad de Salamanca donde fray Luis trabajó gran parte de su vida productiva.
Esta pieza manifiesta la gran admiración que sentía por su amigo y su trabajo. Un poema que además es como lo hace notar Carlos Vossler “un luminoso presente de la amistad”[3]. ¿De qué otra forma podría fray Luis celebrar la amistad y las cualidades de su amigo? ¿De qué otra forma agradecer su dedicación a la música, su aporte al arte y a la vida? ¿Hay algún otro regalo que supere este? ¿No es lo más sagrado ese compartir su espíritu, sus conocimientos, su amor por alguien, a través de lo que más le gusta, la poesía? Y es que nos lo dice claramente, sus amigos son el más grande tesoro:

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.

El proceso de creación al que se somete nuestro poeta incluye otro elemento importantísimo que marca la diferencia, que le ayuda a subir a la cumbre. Me refiero a los autores clásicos, a Horacio particularmente, a la lectura de Horacio con gran devoción y profundo amor. De hecho una de las características del Siglo de Oro español es precisamente una fusión entre la cultura antigua clásica, lo medieval y lo nuevo, lo renacentista. Así pues Horacio al igual que Francisco Salinas, de manera un poco menos evidente, aparece en su obra como un amigo, un maestro con quien compartir, con quien tejer lazos de amor. Sus poesías originales están hechas a la manera de las odas de Horacio. Pero un Horacio renovado, impregnado de la sabiduría del propio fray Luis y también de las nuevas formas. Y es que por extraño que se escuche un escritor puede ser amigo de los muertos, es amigo de los muertos, de los poetas muertos, los escritores muertos que lee con dedicación. O mejor se diría escritores que aún permanecen con vida gracias a su obra, gracias a que se revisita su obra. En esta particular oda, aparece de manera natural no sólo Horacio sino Pitágoras o quizá los pitagóricos. Es evidente que nuestro poeta es un gran lector de poesía pero también era versado en matemáticas, filosofía y en otras muchas disciplinas. Los críticos de fray Luis hacen un detallado estudio de cómo, el poeta, teje en el texto algunos principios pitagóricos, quienes recordemos, creían que “todas las cosas del mundo eran número”[4].

Y como está compuesta
de números concordes,
luego envía consonante respuesta,
y entre ambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

También aparece Aristóteles integrado en esta oda. Aristóteles digerido, Aristóteles naturalmente integrado producto de una honda reflexión.


Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye ahí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Dámaso Alonso nos recuerda que el filósofo griego retoma la idea antigua de que el movimiento de los astros origina una armonía musical. Explica que en sus reflexiones, Aristóteles, expone que la posición, respecto al centro, de cada uno de los astros y su movimiento produce un sonido diferente (esto produciría una armonía universal); y lo compara con las cuerdas de una cítara. En realidad no importa si esto lo tomó de Aristóteles o de los anteriores a él, aunque puede resultar interesante reflexionar sobre esto. Lo más importante es que ahí está el conocimiento integrado bellamente para sus lectores. Lectores que tan pronto entramos en contacto con su obra lo consideramos un gran amigo.

Me parece imposible que un poema tan perfecto, tan lleno de conceptos complejos, pueda alcanzar esas cumbres que alcanza sino es a través de una profunda reflexión y años de revisión y de corrección. En algunos apuntes de sus obras, los críticos, identifican ciertos rasgos que anuncian diferentes tiempos de escritura y corrección. La oda a Salinas, por ejemplo, es objeto de discusión en cuanto a su estrofa número cinco: “Y como está compuesta/ de números concordes…” Algunos aseguran que no era parte del poema original y que alguno de sus editores o amigos la incluyeron. Otros defienden que es ahí donde reside su mayor peso y que por supuesto que es parte del poema original. Otra discusión en torno a su obra es que, según algunos, las veintitrés poesías originales que han llegado a nuestros días son sólo una antología. Me parece difícil que el misterio se pueda resolver y lo que importa es que hoy conocemos veintitrés.

Resulta maravilloso, en una segunda o tercera o cuarta lectura, tratar de identificar algunas capas de lenguaje que forman la oda a Salinas. Una de ellas es la capa sintáctica en donde se emplean los elementos retóricos y fónicos, en donde el significante es la materia a moldear, objeto mediante el cual se producen las violentaciones o las “desviaciones del lenguaje” como las llama Jean Cohen[5] y que producen un estilo particular y un ritmo también particular. En esta primera capa se incluyen las formas de Homero, la oda, la lira de Garcilaso, los remanentes medievales. De manera simultánea tenemos la capa semántica, no sólo el significado pero el sentido. Es aquí donde se abren una serie de ramificaciones. Y es que esas formas que mencioné no son independientes de su sentido. Van cargadas de significados y sentidos. Esas formas transmiten al lector, en este caso fray Luis, claves específicas que son traducidas y digeridas de una forma personal gracias a diferentes operaciones intelectuales e intuitivas. A la par del contenido que se recibe por medio de esas formas que fray Luis lee con devoción, debemos tomar en cuenta su formación religiosa y académica, que va acompañada de otras tantas lecturas, de innumerables símbolos, y de las reflexiones personales de esas lecturas y de esos símbolos. Todo esto le permite hacer fusiones entre el mundo pagano y sagrado con una gran naturalidad. Una tercera capa que puede identificarse es la emotiva. Dámaso Alonso habla de una temperatura afectiva y quizá sea atinado llamarla así (empecé este trabajo hablando de los afectos). De hecho esta es la capa que nos golpea de primera instancia. Leemos la oda V a Salinas y nos conmueve, nos impresiona esa “luz no usada”, esa “música extremada”, esa “mezcla dulcisíma” que nos envuelve en una atmósfera casi divina. Escuchamos el viento y nos dejamos arrullar por la música que hablando de música nos sumerge en un mundo de armonía. Pensamos en Salinas como un hombre, un dios, de grandes poderes cuya “sabia mano” gobierna los sonidos. Hay una analogía entre Salinas y ese Dios que todo lo mueve, que todo lo crea. He ahí que identificamos de inmediato en dónde pone fray Luis sus afectos. E identificamos también esa nostalgia por la vida eterna, el anhelo por ese locus amoenus divino, ese espacio de reflexión, de apartamiento en donde todo será armonía. ¿No será que ahí en los momentos de creación, con la fuerza del amor, fray Luis encontró eso que tanto buscaba?

¡Oh desmayo dichoso
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituído
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

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Bibliografía
Alonso, Dámaso (1971) Poesía Española. España: Gredos
Barrera, Víctor (2007) La amistad literaria. México: UANL
Cohen, Jean (1984) Estructura del lenguaje poético. España: Gredos
De León, Luis (1999) La perfecta casada, poesías originales. México: Editorial Porrúa
Eliot, T.S. (2004) Lo clásico y el talento individual. México: UNAM
Villarreal, José Javier (2007) Góngora al otro lado del espejo. Una lectura de El Polifemo (Antecedentes y adelantos) Montrerrey: Humanitas, UANL.
Villarreal, José Javier (2008) Góngora al otro lado del espejo. Una lectura en el
Polifemo (El canto de las ínsulas extrañas). Monterrey: Humanitas, UANL.
Vossler, Carlos (1946) Fray Luis de León. Buenos Aires: Austral

[1] Barrera Enderle, Víctor (2007) La amistad literaria. México: UANL.
[2] Alonso, Dámaso (1971) Poesía española. España: Gredos
[3] Vossler, Carlos (1946) Fray Luis de León. Buenos Aires: Austral. P. 99
[4] Vossler, Carlos (1946) Fray Luis de León. Buenos Aires: Austral. P. 102
[5] Cohen, Jean (1984) Estructura del lenguaje poético. España: Gredos

1 comentario:

Luis Muniz dijo...

Hola Gabriela, me ha gustado tu trabajo, ¿Donde puedo conseguir alguna de tus publicaciones?

Saludos