jueves, 8 de septiembre de 2011

Mary Oliver (1935, Ohio, USA)





Singapur


En Singapur, en el aeropuerto,
una sombra fue arrancada de mis ojos.
En el cuarto de baño de mujeres, un compartimiento estaba abierto.
Una mujer de rodillas lavaba el fondo
de la tasa blanca.

Una desagradable sensación en mi estómago
y toque mi boleto en el bolsillo.

Un poema siempre debiera tener pájaros.
Un martín pescador, por ejemplo, con ojos audaces y alas relucientes.
Los ríos son placenteros, y por supuesto los árboles.
Una catarata, o si no es posible, una fuente
que suba y baje.
Una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.

Cuando la mujer me vio no pude interpretar su gesto.
Su belleza y su bochorno se mezclaban, y ninguno de
los dos ganaba la batalla.
Ella sonrió y yo sonreí. ¿Tiene algún sentido?
Todos necesitamos un trabajo.

Sí, una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.
Pero antes debemos mirarla ahí abajo mientras atiende su trabajo,
lo que es en sí aburrido.
Con un trapo azul está lavando la parte superior de los ceniceros del aeropuerto, que son tan grandes como los tapacubos.
Su pequeña mano voltea el metal, tallando y levantando.
No trabaja con lentitud, tampoco con rapidez, pero como un río.
Su cabello oscuro es como el ala de un pájaro.

No dudo ni un instante que ella ama su vida.
Y quiero que se levante de entre la costra y el agua sucia
y vuele hacia el río.
Esto probablemente no ocurra.
Pero quizás sí.
Si el mundo fuera sólo dolor y lógica, ¿quién lo apreciaría?

Claro que no lo es.
Tampoco me refiero a algo milagroso, es sólo
la luz que emana de la vida. Me refiero
a la forma en que ella dobla y desdobla el trapo azul,
a la forma en que sonrió para mí; Me refiero
a la forma en que este poema está lleno de árboles y pájaros.


(Versión de Gabriela Cantú Westendarp)

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