miércoles, 17 de marzo de 2010

Fragmento de "El filo de la playa" (Mantis Editores, 2007) de Gabriela Cantú Westendarp

I

Una lámpara prende, apaga
me quita las ganas de seguir
de rondar las esquinas de ese cuarto rosado.

Noche que me entra.
Oscuro cuerpo que no cabe en los límites del ojo.

Busco el momento
y pienso:
todo luz o todo sombra.



Cómo no pensarlo
después de tantos años
vistiendo las bragas rojas
las ojeras, los corchos en el cenicero
después de sangrar las sábanas
de estrellar el auto
de los higos y la advertencia.


Terminar antes de que empiece
mucho antes del encendido
de que las palomillas viajen hacia la luz
y las barcas, encendidas
provoquen esa comezón que no deja dormir.

Terminar, antes de que se eleve el puente
para el desfile de las princesas.

Acabar con él
antes siquiera de que surja la idea
que vientre y semen…

Agotarlo para que no nos agote.

Situarlo en donde el agua apenas lo roce
y sea sólo un instante
y no la caída hasta el fondo
donde el octópodo no tiene piedad
y aprieta el cuerpo
y por la boca asoman las entrañas.

Alejarse del agua
porque furiosas, sus manos oxidan
y de pronto
no podemos mover el brazo
el hombro, el cuello
y vamos andando caballitos marinos
un tanto rígidos y delgados.
Alejarse,
para no estar con las otras
que de soñar
no se cansan.


Pero te atrapa, y te huelen las axilas
y tu ropa está húmeda
y te resistes
deslizándote en la playa.

Alcanzas a ver que el puente se levanta
y, ya ves, el desfile comienza.

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